Allí estaba, al otro lado del restaurante, mirándome, abriendo las manos para invitarme al espectáculo que tenia a sus pies. El diablo se reía de mi a carcajadas mientras me enseñaba mi futuro y me recordaba que nada de eso iba a pasar, que no estaba maldita.

Observé la escena con el corazón a mil y me vi. Era feliz y ya no importaba nada. La familia, el tiempo y las arrugas del alma habían desaparecido, me las había quitado como una prenda que ya no me sirviera. En mis manos abiertas no había nada, no necesitaba guardar nada, solo estaba sujeta a la realidad con mi dedo meñique y mi realidad nunca me dejaría caer aun con ese ancla tan débil. Me vi reír a carcajadas, con la tranquilidad relajada de quien sabe que, por fin, algo va a funcionar bien eternamente, sin prisas, sin juicios, sin dudas ni celos ni ataques de tristeza. Era mi futuro y era perfecto.

El diablo se reía de mi señalándome con el dedo y me repetía que no estaba maldita, que eso no era para mi, que es el peso que deberé cargar sobre los hombros por todas las elecciones correctas de mi vida.

«Vuelve al sendero de las sombras, equivócate, comete locuras y atrocidades a los ojos de los justos, vuelve a ser incorrecta, no vueles recto y todo esto será tuyo.»

Debo seguir persiguiendo maldiciones, persiguiendo ese futuro.